“La ociosidad es enemiga del alma.” San Benito de Nursia no escribió esas palabras por exageración. Las escribió como un grito de advertencia. Un grito que hoy, en pleno siglo XXI, resuena con más fuerza que nunca.
Vivimos rodeados de pantallas, de imágenes que se mueven solas, de estímulos que distraen, confunden, entretienen… pero no santifican. Vivimos, en muchos casos, atrapados en el ocio. No en el descanso legítimo, sino en el ocio destructivo: ese que paraliza el alma, mata la oración y debilita la voluntad.
Y esta es una llamada para usted: padre de familia, madre, joven, adulto, alma que busca a Dios. Porque el ocio está devorando a esta generación, y usted no puede quedarse de brazos cruzados.
El ocio moderno: dulce en la boca, veneno en el alma
La ociosidad ya no se presenta como pereza evidente. Hoy se disfraza de “tiempo libre”, de “merecido entretenimiento”. Son horas frente al celular, navegando sin rumbo. Tardes perdidas entre videojuegos, series, redes sociales. No se trata solo de perder el tiempo. Se trata de perder el alma.
El ocio de hoy no descansa, sino que desgasta. Distrae, confunde, debilita. Y lo más peligroso: adormece la conciencia. Hace tibio al fervoroso. Cierra los oídos a la voz de Dios.
Padres: sus hijos están siendo formados… ¿por quién?
Muchos padres aún conservan la fe. Llevan a sus hijos a misa, les enseñan a rezar. Pero luego les entregan sin resistencia horas y horas de pantallas, sin vigilancia, sin guía, sin límites. El enemigo ya no golpea la puerta: entra por la palma de la mano, con forma de celular.
Y no solo entra por lo que muestra, sino por lo que quita: la capacidad de concentrarse, de orar, de sacrificarse, de aburrirse sanamente, de pensar. Lo más grave no es lo que sus hijos ven. Lo más grave es lo que dejan de ser.
San Benito: el orden que salva
San Benito no fundó monasterios por romanticismo. Los fundó porque entendió que sin orden no hay salvación. Que la disciplina protege la gracia. Que el alma necesita estructura para vivir de Dios. Por eso su regla marcaba cada hora del día: oración, trabajo, lectura espiritual, descanso, y otra vez oración.
San Benito comprendía que el ocio desenfrenado es terreno fértil para las tentaciones, para el desgano, para la tibieza. Lo sabía entonces, y lo diría con más fuerza hoy: “Despierten. Luchen contra el ocio. No lo permitan ni en ustedes ni en sus casas.”
El ocio, enemigo de las vocaciones
¿Por qué hay menos vocaciones hoy? Porque hay menos almas dispuestas a escuchar. Y no porque Dios no llame, sino porque las almas están ocupadas en el ruido. Jóvenes llamados a la santidad viven atrapados en el entretenimiento, incapaces de entregarse, de perseverar, de vaciarse de sí mismos.
Y no solo ellos. Adultos que llevan años postergando su conversión, entretenidos en lo trivial. Padres que han dejado de orar, de leer, de formarse, porque “no tienen tiempo”… pero dedican horas al celular.
El ocio no solo retrasa. Enfría. Y cuando enfría, paraliza. Y cuando paraliza, mata.
¿Qué debe hacer usted?
Si es padre o madre, ponga límites. Forme. Corrija. Vigile. No tenga miedo de ser exigente. El alma de sus hijos vale más que cualquier comodidad momentánea.
Si es joven o adulto, mire su tiempo. ¿A quién se lo entrega? ¿A Dios o a las pantallas? ¿Está viviendo o simplemente dejando que el día pase?
Si quiere ser santo, declare la guerra al ocio. Recupere el silencio. Recupere el esfuerzo. Recupere el trabajo bien hecho. Recupere el tiempo para Dios.
El tiempo no es suyo
El tiempo es un don que Dios le ha dado. Y se lo pedirá de vuelta. ¿Qué hará usted con cada hora que malgasta? ¿Con cada día pasado en la distracción? ¿Con cada oración postergada por ver “algo más”?
San Benito lo sabía. Por eso no fue blando. Porque la eternidad está en juego. Porque el alma no se construye en la pereza, sino en la lucha.
Conclusión: no se pierda por comodidad
Usted puede dejar pasar los días, convencido de que no pasa nada. Puede creer que entretenerse no es grave. Puede mirar cómo sus hijos se adormecen en la superficialidad sin hacer nada.
Pero el demonio no necesita que usted peque gravemente. Le basta con que usted se distraiga. Que no rece. Que no forme. Que no reaccione.
Hoy es el momento. Reaccione. Despierte. Forme. Corrija. Ore. Actúe. San Benito nos lo enseñó con su vida.
No se salvan los tibios. No se salvan los distraídos. Se salvan los vigilantes.