San Jerónimo, Doctor de la Iglesia, no fue solamente un gran erudito y traductor de la Sagrada Escritura. Su vida, su carácter y su misión dentro de la Iglesia nos enseñan algo esencial: la fe no se toma a la ligera. La fe es un compromiso que exige de nosotros convicción, seriedad y coherencia, tanto en la vida personal como en la relación con los demás.
Hoy, en tiempos donde todo parece relativizarse, la figura de San Jerónimo resplandece como un ejemplo claro de lo que significa amar verdaderamente a Dios y al prójimo: corregir al que se equivoca, no por dureza o por soberbia, sino por auténtica caridad.
El celo que nace del amor a Dios
El Breviario Romano recuerda que San Jerónimo “golpeó a los herejes con sus escritos más duros”. Lejos de ser una actitud movida por resentimientos, aquella energía nacía de un celo profundo por la Casa de Dios. Él sabía que la confusión doctrinal ponía en riesgo la salvación de las almas, y no dudaba en usar palabras enérgicas para despertar conciencias.
Muchos podrían considerar que un santo debería expresarse siempre con dulzura. Sin embargo, el amor verdadero se manifiesta también en la firmeza. Quien ve a otro al borde de un precipicio no se limita a hablar suavemente, sino que lo advierte con urgencia para que no se pierda. Así actuaba San Jerónimo: su palabra, como espada, hería al error para salvar al hermano.
Corregir: una obra de misericordia olvidada
Entre las obras de misericordia espirituales, se encuentra una que a menudo pasamos por alto: corregir al que yerra. En la vida cotidiana, muchas veces preferimos callar para no incomodar, o adoptamos una falsa prudencia que termina siendo indiferencia. Sin embargo, callar ante el error no es neutralidad, sino complicidad.
San Agustín resumió magistralmente este principio al decir: “Debemos odiar el mal, pero amar al que yerra”. Corregir no significa condenar, sino tender la mano con claridad para sacar al otro de la confusión. La verdadera caridad no se conforma con “acompañar”, sino que guía, orienta y, cuando es necesario, advierte.
Una fe que exige coherencia
El ejemplo de San Jerónimo nos invita a preguntarnos: ¿cuán en serio tomamos nuestra fe? ¿La reducimos a una tradición cultural, a unas pocas prácticas exteriores, o la vivimos como una fuerza que debe iluminar todas nuestras decisiones?
Usted sabe bien que en la familia, en el trabajo, en la vida social y en la comunidad cristiana aparecen situaciones en las que sería más fácil guardar silencio. Un hijo que se aleja de la práctica religiosa, un amigo que justifica el pecado, un hermano que difunde ideas contrarias al Evangelio… En esos momentos, la fe nos pide dar un paso incómodo pero necesario: hablar con respeto, pero también con claridad.
La corrección fraterna, hecha con prudencia y con amor, no es un gesto de arrogancia, sino una forma de caridad heroica. Porque implica arriesgar la propia comodidad, e incluso el afecto del otro, con tal de ayudarlo a acercarse a la verdad.
El ejemplo de Cristo y la valentía del santo
Nuestro Señor mismo nos mostró que la verdadera caridad no se reduce a la dulzura. Él, que es la misericordia encarnada, llamó “sepulcros blanqueados” a los fariseos y expulsó con un látigo a los mercaderes del templo. Su celo no fue contrario al amor, sino expresión del amor más puro, que no tolera la mentira ni la profanación.
San Jerónimo siguió ese ejemplo. Fue, como lo llamó el profesor Plinio Corrêa de Oliveira, “una espada viviente de Dios”. No se trató de un hombre iracundo, sino de un santo que supo convertir su carácter fuerte en un instrumento para defender la verdad y proteger a las almas.
Una invitación a la reflexión
La vida de San Jerónimo es un llamado a revisar nuestra actitud frente a la fe. ¿Nos hemos vuelto tibios, temerosos de incomodar, más preocupados por agradar a los hombres que por agradar a Dios? ¿Preferimos el silencio cómodo antes que la palabra clara que puede salvar un alma?
Pidamos a San Jerónimo que interceda por nosotros. Que nos dé el coraje de hablar cuando sea necesario, la prudencia para hacerlo con caridad y la firmeza para no negociar la verdad del Evangelio.
Porque la fe no es un adorno cultural ni una opción privada. Es un camino de salvación que exige ser vivido con seriedad y que, en su misma esencia, nos impulsa a ayudar a los demás a no perderse. Corregir al que yerra, lejos de ser dureza, es una de las formas más nobles del amor cristiano.