De la rutina al llamado de Dios
Cada 24 de octubre la Iglesia celebra a San Antonio María Claret, un hombre que pasó de una vida común, sin grandes sobresaltos, a convertirse en uno de los misioneros más ardientes del siglo XIX. Su historia nos enseña que Dios puede transformar la tibieza en fervor, y que la rutina, cuando se vive con amor, puede ser el punto de partida para una santidad extraordinaria.
San Antonio nació en 1807 en Sallent, un pequeño pueblo de Cataluña. De joven trabajó en el taller textil de su familia. Llevaba una vida buena, ordenada, pero sin un impulso profundo. Rezaba, cumplía, pero aún no había encendido el fuego interior del amor de Dios. Como muchos de nosotros, vivía una fe correcta, pero algo adormecida, sin esa pasión que hace que uno dé todo por el Señor.
La inquietud que despierta el alma
Pero Dios tenía otros planes. A través del sufrimiento, las pruebas y el discernimiento, Antonio descubrió que el camino del Evangelio no se puede vivir a medias. Su alma empezó a experimentar una inquietud: ese deseo de más, de entregarse sin reservas. Lo que hasta entonces era rutina comenzó a convertirse en misión. Abandonó la comodidad de lo conocido y se lanzó con valentía a predicar el Evangelio por todas partes, a tiempo y a destiempo.
Desde ese momento, su vida se transformó en un incendio de amor apostólico. Fue ordenado sacerdote, misionero incansable, arzobispo de Santiago de Cuba, confesor de la reina Isabel II de España, fundador de los Misioneros Claretianos y, sobre todo, un hombre que no pudo guardar silencio cuando veía la fe apagarse en los corazones. Su palabra era fuego, su ejemplo arrastraba, su vida era testimonio.
De la tibieza al ardor apostólico
Sin embargo, ese cambio no se produjo de un día para otro. Claret conoció la tibieza y el peso de la costumbre. Por eso su ejemplo es tan cercano. No fue un santo que nació perfecto: fue un hombre que dejó que la gracia lo despierte. Su gran mérito fue haber dicho “sí” a esa inquietud interior que muchos sienten y que, a veces, ignoran. Esa voz que susurra: “Podrías dar más… podrías amar más… podrías servir mejor…”
San Antonio María Claret comprendió que el amor de Dios no se mide por las emociones, sino por la entrega. Y que la rutina de la vida puede ser el terreno donde germina una gran santidad, si se vive con fidelidad y con fe. Su vida nos invita a mirar la nuestra y preguntarnos con sinceridad: ¿vivo mi fe como costumbre o como misión? ¿He dejado que Dios despierte en mí ese fuego que todo lo cambia?
Cuando Dios nos saca del letargo
La tibieza espiritual no siempre se nota. A veces se disfraza de cumplimiento, de rutina piadosa, de aparente tranquilidad. Pero el alma tibia no crece, no se conmueve, no arde. Y el Señor, que nos ama, no quiere vernos apagados. Por eso, como hizo con Claret, nos sacude a través de los acontecimientos de la vida, nos invita a salir de la mediocridad y a tomar en serio nuestro llamado a la santidad.
San Antonio María Claret fue un hombre apasionado, intenso, decidido. Su temperamento fuerte, lejos de ser un obstáculo, se convirtió en instrumento del Espíritu Santo. Tenía una palabra firme, una claridad que incomodaba, y una ternura profunda por las almas. En él se unían la fuerza del profeta y la delicadeza del pastor.
Una invitación personal
Su ejemplo nos muestra que cada uno puede ser transformado por la gracia, sin importar en qué punto esté. Tal vez usted también se sienta a veces estancado, cumpliendo con lo justo, sin el fervor que alguna vez tuvo. No se desanime: Dios puede encender nuevamente el fuego. Pídale al Señor, por intercesión de San Antonio María Claret, que despierte en su corazón la alegría de servir, el deseo de entregarse, el ardor por llevar el Evangelio donde sea necesario.
Que la vida de este santo nos recuerde que nadie está condenado a una fe rutinaria. La santidad comienza cuando dejamos que Cristo nos saque del letargo y encienda en nosotros su amor. Y entonces, todo cambia: el trabajo se vuelve oración, la palabra se vuelve testimonio, y la vida entera se convierte en una misión.