La Dormición y la Asunción de María: El Camino que Usted También Puede Recorrer

¿Alguna vez se ha detenido a pensar cómo fue en realidad el momento en que la Virgen María dejó este mundo? No se trata de una escena lejana y fría, sino de un instante vivo, lleno de misterio y amor. Ese momento único, que la Iglesia llama “Dormición”, no fue un simple final, sino un tránsito que unió la tierra y el cielo.

El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira explica que “la Virgen falleció, una muerte que… se llama también dormición de la Virgen… una muerte efectiva y auténtica, pero una muerte seguida inmediatamente de la resurrección”. No hubo en Ella la corrupción del sepulcro, sino la dulzura sobrenatural de quien quiso imitar a su Hijo incluso en ese último paso.

Un instante rodeado de gloria

Imagine a la Virgen, al final de sus días, rodeada del afecto de los Apóstoles, envuelta en una paz que sobrepasa toda comprensión humana. El Dr. Plinio describe que la Asunción fue un acto por el cual “fue llevada por los ángeles… tenía que morir por imitación de su Hijo, y luego fue llevada al cielo”.

No fue un simple ascenso, sino un cortejo celestial: los ángeles, con un gozo indescriptible, escoltaron a su Reina hacia el trono preparado por la Santísima Trinidad. Y si usted medita este momento, comprenderá que no es solo un hecho glorioso del pasado: es una profecía para toda alma fiel, una promesa de que también podrá elevarse al final de su peregrinación.

El perfume que no se extingue

La muerte y glorificación de la Virgen dejaron una huella imborrable. Como enseña el Dr. Plinio, “dejó un perfume en toda la Iglesia que durará todos los siglos”. Este perfume no es otra cosa que la permanencia de su intercesión, la pureza de su ejemplo y el consuelo que derrama sobre los hijos que la invocan.

Y ese “perfume” no es solo suyo: es también una invitación para usted. Si vive en gracia, si contempla los novísimos —muerte, juicio, cielo e infierno— como realidades que dan sentido y dirección a la vida, entonces su tránsito podrá reflejar la paz y la esperanza que llenaron la Dormición de María.

Unir su hora final a la de Ella

El Dr. Plinio aconseja: “…pedid a Nuestra Señora que una vuestra muerte con la de Ella…”. Es una petición humilde, pero de un valor inmenso: que su última hora sea un eco de aquella Dormición santa, sin miedo ni soledad, seguida de la gloria eterna.

En un mundo que esconde la muerte bajo el ruido y la distracción, la Asunción de María es un faro que recuerda nuestra verdadera meta: el tránsito hacia la vida eterna puede ser, si lo vivimos en gracia, el momento más bello de nuestra existencia.

Reflexión para el alma

La Asunción no es solamente una imagen devocional para admirar. Es una lección viva: vida en fidelidad, muerte en paz, resurrección en gloria. Usted también puede recorrer este camino si mantiene su mirada fija en el cielo y deja que los novísimos guíen su conducta diaria.

¿Ha pensado que su vida, si permanece unida a Dios, puede concluir con un encuentro semejante al de María con su Hijo en el cielo? Tal vez no sea en cuerpo y alma inmediatamente, pero sí con la certeza de que la resurrección gloriosa le aguarda. Y allí estará Ella, recibiéndolo como Madre.

Meditación guiada: contemple y espere

Cierre por un instante los ojos. Imagine la habitación donde reposa la Virgen. Una luz suave la envuelve. Los Apóstoles oran en silencio. El aire se impregna de un perfume que no pertenece a este mundo. María sonríe, sostiene un crucifijo entre sus manos, y su mirada se eleva hacia lo alto.

De pronto, una paz profunda lo inunda todo. Ella “duerme”, pero no es un sueño humano: es su entrada serena en la eternidad. Ángeles descienden, rodeando su cuerpo, y en un instante, la Madre es llevada, resplandeciente, al Cielo. Arriba, el Hijo la espera con los brazos abiertos y una corona de gloria.

Ahora piense: este camino también puede ser el suyo. Si hoy comienza a vivir con los novísimos en el corazón, imitando su fe y pureza, llegará un día en que su tránsito será un encuentro radiante con Cristo y con la Reina del Cielo. Y su alma, como la de Ella, dejará un perfume que permanecerá para siempre.

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