Halloween y el Día de Todos los Santos: una elección que revela el alma

Cuando el mundo festeja la oscuridad

Cada fin de octubre vemos cómo se llena todo de calabazas, disfraces, máscaras y risas. Muchos lo llaman “una fiesta inocente”, una ocasión más para divertirse. Pero detrás de esa apariencia hay algo que debería hacernos reflexionar: ¿por qué el mundo se entusiasma tanto con lo oscuro, con lo macabro, con lo que evoca miedo o muerte?

El cristiano no puede mirar eso con indiferencia. Porque lo que parece un simple entretenimiento, poco a poco acostumbra el alma a convivir con lo siniestro, con lo ambiguo, con lo que aleja de la luz. Halloween no es una fiesta pensada para celebrar la vida ni la esperanza, sino lo contrario: exalta lo que el alma debería rechazar.

No se trata de exagerar, sino de mirar con honestidad. Si el mundo necesita reírse de la muerte y jugar con el mal, es porque perdió el sentido de lo sagrado.

La verdadera celebración: los que vencieron al mundo

El día siguiente a Halloween, la Iglesia celebra el Día de Todos los Santos, una solemnidad luminosa, llena de esperanza y de vida eterna. Allí recordamos a los que triunfaron, a los que no negociaron con el pecado ni se rindieron al espíritu del mundo. Es la fiesta de quienes eligieron a Dios sobre todo lo demás.

Cada santo, conocido o anónimo, es una prueba de que la santidad no es una utopía. Son personas que vivieron como usted y como yo, con luchas, cansancio, tentaciones… pero que no se conformaron con una vida tibia. Eligieron la luz, y hoy gozan de la gloria eterna.

Frente a eso, Halloween aparece como un triste contraste: una fiesta vacía, que invierte los símbolos, que celebra el miedo en lugar del amor, la oscuridad en lugar de la gracia.

Una llamada a la coherencia

Ser cristiano no es vivir aislado del mundo, sino vivir en él sin perder el sentido del cielo. Y por eso hay decisiones que marcan el rumbo del alma. Cuando dejamos que la cultura secular defina nuestras fiestas, sin discernimiento, terminamos diluyendo lo más precioso que tenemos: nuestra fe.

Usted puede, con gestos pequeños, dar testimonio. Puede enseñar a sus hijos y nietos que el 1 de noviembre es una fecha para celebrar la santidad, no el miedo. Puede elegir adornar su casa con imágenes de santos, rezar el rosario en familia o contar las historias de aquellos que fueron fieles hasta el final.

Entre la oscuridad y la luz

En el fondo, cada año esta fecha nos plantea la misma pregunta: ¿con quién quiero celebrar? ¿Con quienes glorifican la muerte o con quienes ya viven en la gloria del Cielo?

Pidamos a Dios que no nos deje caer en la tibieza ni en la confusión, sino que nos dé la gracia de vivir con claridad, alegría y firmeza. Que el ejemplo de los santos nos inspire a transformar cada fiesta, cada momento, en un paso más hacia Él.

Porque toda celebración tiene un mensaje. Y la nuestra, como cristianos, siempre debe ser esta: la luz vence, y la santidad es posible.

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