La Presentación de la Virgen María: el misterio de una infancia totalmente entregada a Dios

La fiesta de la Presentación de la Virgen María en el Templo —celebrada cada 21 de noviembre— nos introduce en uno de los misterios más bellos y profundos de la historia de la salvación. Allí, sin público, sin prodigios, sin discursos, se desarrolla un acto de una grandeza inmensurable: Joaquín y Ana conducen a su pequeña hija hacia el Templo, y la Niña María, plena de gracia, se ofrece enteramente a Dios.

Lo que parece un gesto simple es, en realidad, el comienzo visible de la misión de la elegida para ser Madre del Redentor.

La Niña que se entrega sin mirar atrás

La Tradición describe a María subiendo los escalones del Templo con paso firme y sorprendente serenidad. Aunque tenía apenas tres años, su alma irradiaba una madurez espiritual que ningún adulto ha alcanzado jamás. El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira explica que “María, desde el primer instante de su existencia, poseía un conocimiento pleno acorde con su condición de Inmaculada”. Pero al mismo tiempo conservaba toda la humildad, dulzura y sencillez propias de una niña pequeña.

Este contraste —su grandeza interior y su apariencia humilde— hace de la Presentación un misterio de una belleza incomparable.

El canto silencioso que sube hacia Dios

San Francisco de Sales contemplaba esta escena como una procesión sagrada. La niña es llevada por sus padres, pero también por la gracia divina, en un ambiente impregnado de oración. Comentando esta visión, el Dr. Plinio señala que “los ángeles se inclinaban para escuchar la voz de aquella Niña que sería Madre de Dios”. En esos pasos pequeños había una majestad y una obediencia que tocaban los cielos.

No era un simple acto familiar, sino un acontecimiento que transformaría el destino de la humanidad.

La escuela del Templo: silencio, pureza y obediencia

En el Templo, María vivió años de recogimiento, silencio y oración. Allí fue formada por Dios para ser el santuario donde habitaría el Verbo. Incluso en un ambiente donde muchos corazones se habían enfriado, su presencia resplandecía, como comenta el Dr. Plinio, “con una luz capaz de iluminar incluso las estructuras decadentes”. Su silencio era un diálogo con Dios. Su pureza, un himno. Su obediencia, un acto de amor perfecto.

Una invitación a examinarnos

La Presentación de María nos confronta. ¿Estamos dispuestos a entregarnos así a Dios? ¿A permitir que Él disponga de nuestra vida con la misma confianza absoluta con la que María se dejó conducir? 

El Dr. Plinio recuerda que esta fiesta nos invita a “presentarnos a Dios por manos de María, como Ella se presentó en el Templo: sin reservas, sin condiciones, sin mirar atrás”.

En un mundo que nos empuja a la autosuficiencia, a la dispersión y al orgullo, la Niña María nos enseña que la verdadera grandeza nace del abandono confiado a la voluntad divina.

Nuestro propio camino hacia el Templo

Cada vida humana posee un “camino hacia el Templo”: una conversión pendiente, una entrega que se posterga, una responsabilidad que tememos asumir, una obediencia que evitamos. María nos muestra que la entrega auténtica no empobrece, sino que convierte nuestra vida en una ofrenda preciosa ante Dios.

Dejarse presentar por Ella

La Presentación no es un recuerdo piadoso del pasado; es un modelo vivo para nosotros. María continúa llevando a sus hijos hacia Dios, presentándonos ante Él como se presentó a sí misma. Siguiendo la enseñanza del Dr. Plinio, guardemos este misterio “con dulzura, profundidad y alegría”, y pidamos la gracia de dejarnos conducir por sus manos purísimas, para pertenecer por entero a Dios como Ella lo hizo desde su infancia.

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