La Medalla Milagrosa: escudo de gracia y defensa espiritual en tiempos de oscuridad

En una época marcada por confusión moral y creciente oscuridad espiritual, la Medalla Milagrosa resplandece como un don materno de protección. Su origen se remonta a 1830, cuando la Virgen se apareció a Santa Catalina Labouré en la Rue du Bac de París, mostrándose como Reina poderosa que derrama gracias sobre el mundo y ordenando la creación de una medalla con su imagen y símbolos de salvación.

Desde su primera difusión, la Medalla se convirtió en una fuente de conversiones, curaciones y liberaciones, ganando con justicia el nombre de “Milagrosa”. Para el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, no es solo un sacramental hermoso, sino un verdadero escudo contra las influencias del mal, una proclamación visible de la autoridad de María sobre las fuerzas que atacan las almas y la sociedad.

Cada elemento de la Medalla —la “M” unida a la Cruz, los Corazones de Jesús y María, las doce estrellas— expresa una verdad: la alianza inseparable entre Madre e Hijo, el amor redentor que vence al pecado y la victoria final de la Reina del Cielo.

Llevarla hoy es un acto de fe militante: declarar que no pertenecemos al espíritu del mundo, que rechazamos al demonio y que vivimos bajo el amparo de la Madre de Dios. A quienes la usan con confianza, María promete gracias abundantes y una protección especial. Portarla es, en cierto modo, llevar a la Virgen misma al frente de nuestras batallas cotidianas.